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sábado, 19 de abril de 2025

Autoactualización cuántica, la consciencia y el sueño: una exploración especulativa desde la teoría cíclica de Penrose

En la teoría cíclica del universo propuesta por Roger Penrose, se plantea que el universo no tiene un principio absoluto ni un final definitivo, sino que atraviesa fases sucesivas de expansión y colapso. Cada "eón" o ciclo concluye en un estado de entropía máxima que da lugar, sin discontinuidad esencial, a un nuevo big bang. Esta transición exige la existencia de un fondo o campo que permanezca constante a través de todos los ciclos: un campo adimensional y atemporal que no esté sujeto al tiempo o al espacio tal como los entendemos, y que sirva como matriz de posibilidad para los eventos físicos.
Este modelo cósmico puede ofrecernos una poderosa metáfora (y quizá también una correspondencia estructural) para comprender los ciclos de la consciencia humana, especialmente en lo que respecta a los estados de vigilia y sueño, y los procesos de colapso y autoactualización asociados.
La física cuántica describe la realidad como un conjunto de posibilidades que coexisten hasta que ocurre una "medición" o "observación", lo que colapsa la función de onda y determina un resultado concreto. El colapso, en este contexto, es el pasaje de la indeterminación a la determinación. Es decir, de la posibilidad a la manifestación. Algunos enfoques ontológicos sugieren que este colapso no es simplemente un evento físico pasivo, sino que involucra un acto de consciencia. La consciencia, entonces, no sería un subproducto de la materia, sino un factor esencial en la configuración del mundo.
Desde esta perspectiva, el "yo" puede entenderse como una instancia organizada de colapso continuo. En la vigilia, el yo opera como un colapsador persistente de la función de onda del mundo. Filtra, selecciona y organiza la información desde una posición situada en el tiempo y el espacio. Esta función de colapso permite al sujeto navegar el mundo social, construir sentido, sostener identidades. Pero tiene un costo: inhibe otras posibilidades, especialmente aquellas que requieren un estado de apertura radical.
El sueño, por el contrario, puede ser entendido como un mecanismo de suspensión de los colapsos sostenidos por el yo. Al cesar la actividad cortical orientada a la organización del mundo exterior, se produce una apertura al campo cuántico de la experiencia. En este campo, la autoactualización no se produce por selección racional o volitiva, sino por reorganización simbólica, por resonancia arquetípica, por integración de lo no dicho y lo reprimido. Es una forma de "reconfiguración" cuántica del ser.
Así como en la teoría de Penrose un universo se colapsa en un estado de entropía máxima y ese mismo estado da lugar a un nuevo ciclo, en la experiencia humana el sueño puede representar el colapso de la narrativa consciente y del yo como colapsador, habilitando una nueva fase de actualización del sistema. Pero este ciclo también exige una base constante: un campo más allá del tiempo y el espacio, una dimensión ontológica que no se ve afectada por los colapsos sino que los sostiene.
Esta idea resuena con diversas tradiciones espirituales que han explorado estados de conciencia más allá de los tres ordinarios (vigilia, sueño y sueño profundo). En el Advaita Vedānta y el yoga clásico, se habla de nirvikalpa samādhi, un estado de conciencia pura no dual, libre de pensamientos y diferenciaciones, en el que la mente reposa en su naturaleza esencial. También se describe el estado de turīya, la "cuarta" conciencia, como fondo constante de todos los estados, y que no es afectado por el tiempo ni la actividad mental.
En el budismo Mahayana, especialmente en el Dzogchen tibetano, se reconoce un estado llamado rigpa, una conciencia desnuda, clara y presente, que puede mantenerse tanto en vigilia como en sueño. Prácticas como el yoga de los sueños buscan precisamente entrenar al practicante para reconocer esa presencia consciente incluso en el sueño, permitiendo sostener la lucidez más allá del yo narrativo. En el zen, expresiones como "soñar el sueño sin soñar" apuntan a un estado de conciencia pura en acción, más allá de las dicotomías ordinarias.
A este recorrido podemos incorporar la filosofía de Kitarō Nishida, quien desarrolló una ontología de la "experiencia pura" (junsui keiken). Para Nishida, la conciencia fundamental no es la de un sujeto que observa objetos, sino una conciencia sin sujeto ni objeto, un campo de autoexpresión que se manifiesta como la realidad misma. Esta conciencia absoluta, vacía de determinaciones, guarda resonancia con el campo cuántico ontológico que aquí hemos vinculado al sueño y a la autoactualización.
Nishida propone un tipo de lógica no dual, la "lógica del lugar" (basho no ronri), en la que la contradicción no es eliminada sino contenida. El yo, en esta visión, no es una sustancia autónoma sino una instancia que se realiza en el acto de negarse, de vaciarse, de dejar ser. Esta estructura coincide con la idea de suspender los mecanismos de colapso del yo para abrirse a un campo de posibilidad más amplio, que podría leerse también como campo cuántico.
Podemos nombrar este campo de muchas formas: conciencia cuántica, matriz de posibilidad, vacío pleno, mente universal. Lo importante no es el nombre, sino su función: ser la condición de posibilidad de los ciclos de vigilia y sueño, de colapso y autoactualización, de entropía y sintropía.
Esta lectura integrada nos permite pensar que la mente humana, el universo y la consciencia no están desconectados, sino que responden a patrones similares, si no idénticos. Tal vez, como sugiere Penrose, lo que llamamos big bang no sea el comienzo de todo, sino simplemente el final de un ciclo anterior. Y tal vez lo que llamamos despertar sea apenas el reinicio de una consciencia que se ha reconfigurado en la profundidad del sueño.
En esa oscilación entre el yo y su suspensión, entre el colapso y el campo abierto, entre la forma y el vacío, podría residir el misterio mismo de la existencia.

La tendencia actualizante como principio de sintropía consciente

La teoría de Carl Rogers sobre la "tendencia actualizante" aporta una dimensión psicológica y experiencial profundamente coherente con la visión cuántica-filosófica que venimos desarrollando. Según Rogers, todo organismo vivo posee una fuerza inherente orientada hacia el crecimiento, la realización de su potencial y la integración de su experiencia. Esta tendencia no es meramente un deseo psicológico, sino una ley vital de autoorganización y coherencia interna que actúa incluso en condiciones desfavorables.

Si consideramos esta idea desde el enfoque cuántico-ontológico, podemos ver la tendencia actualizante como la expresión subjetiva y existencial de un principio más amplio de "sintropía", el reverso organizador y creativo de la entropía. Así como el universo se estructura en ciclos de expansión y colapso, orden y disolución, la conciencia humana parece estar sujeta a un proceso continuo de despliegue y reorganización cuyo motor sería esta fuerza actualizante. 

Cuando el yo —como agente de colapso en el campo de la experiencia— se silencia, como sucede en el sueño profundo o en estados contemplativos como el "samādhi" o el "rigpa", la tendencia actualizante puede operar sin interferencias, como una apertura radical al flujo de la totalidad. Es decir, la autoactualización es facilitada por la suspensión del colapso del yo, análoga a la suspensión del colapso de la función de onda. En este sentido, el sueño (y los estados meditativos profundos) no solo cumplen una función restaurativa, sino que permiten una reconfiguración cuántica del ser, una re-sintonización con el campo de posibilidades no colapsadas.

Desde esta perspectiva, la tendencia actualizante es más que un principio psicológico: es la huella existencial de un principio cuántico de autoorganización, inscrito en la conciencia misma. Es el modo en que el campo atemporal y adimensional —matriz del ciclo de muerte y renacimiento, vigilia y sueño, colapso y apertura— se expresa en la experiencia vivida.

Este enfoque permite articular una psicología profundamente conectada con la física contemporánea y con las grandes tradiciones contemplativas, donde el crecimiento del ser no es simplemente lineal o adaptativo, sino una actualización cuántica de la totalidad del campo de la experiencia humana.

El impulso vital y la autopoiesis como expresiones del campo autoactualizante

La exploración del “élan vital” de Henri Bergson y del concepto de “autopoiesis” desarrollado por Humberto Maturana y Francisco Varela, ofrece una ampliación poderosa del marco ontológico que venimos construyendo. Ambos conceptos expresan la idea de una fuerza o dinámica interna de autoorganización que sostiene y orienta la vida desde su interior, más allá de los modelos mecánicos o deterministas tradicionales.

Henri Bergson propuso el “élan vital” como una fuerza creadora inmanente a la vida, un impulso generador que no se reduce a la materia ni al determinismo físico. Es una energía temporal, fluida, que empuja a la vida hacia la complejidad y la novedad. Desde la perspectiva que aquí desarrollamos, el “élan vital” puede interpretarse como una manifestación del principio sintrópico: una energía que brota del campo cuántico no local, anterior al colapso de la función de onda, y que impulsa la actualización de las potencialidades del ser. Esta fuerza vital se haría visible especialmente en los momentos en los que el yo —como mecanismo de colapso— se silencia, permitiendo que emerja una creatividad no condicionada, ya sea en el sueño, en la contemplación o en estados de conciencia no dual.

Por otro lado, la teoría de la “autopoiesis” de Maturana y Varela describe a los seres vivos como sistemas autoproducidos: redes cerradas que regeneran y mantienen activamente sus propios componentes. Esta visión no solo permite una comprensión más profunda de la vida como fenómeno autoorganizado, sino que también articula bien con la idea de una conciencia autopoiética que se actualiza continuamente a partir de sus propias dinámicas internas. 

Podemos así pensar que la conciencia —en tanto campo cuántico situado— opera como un sistema autopoiético: colapsa experiencias (a través del yo), pero también las reorganiza (en estados de suspensión del yo). En este sentido, la función del sueño podría ser vista como una restauración de la autopoiesis, un retorno a la matriz organizadora que permite que la tendencia actualizante opere libremente. La autopoiesis se convierte entonces en la dinámica formal que sostiene la actualización cuántica de la experiencia, mientras que el "élan vital" es su expresión energética y creativa.

Esta integración permite articular de forma coherente diversas tradiciones del pensamiento filosófico, científico y psicológico, conectando el impulso vital bergsoniano, la autoorganización sistémica de la biología, la consciencia cuántica y los estados de transformación contemplativa. En conjunto, revelan una visión de la vida y la conciencia como expresión dinámica de un campo profundo, adimensional, que se despliega en ciclos de colapso y apertura, de vigilia y sueño, de forma y vacío.

Ecos filosóficos y científicos del campo autoactualizante

La integración de conceptos como la tendencia actualizante, el "élan vital" y la autopoiesis abre la posibilidad de enriquecer aún más este marco con referencias provenientes de la física, la filosofía oriental y occidental, y las ciencias cognitivas contemporáneas. En esta sección, exploraremos cómo distintas voces confluyen en la intuición común de un principio profundo, creativo y no-dual que sostiene y organiza los procesos de la conciencia y del universo.

David Bohm y el orden implicado

El físico David Bohm propuso la existencia de un "orden implicado", un nivel de realidad más fundamental donde toda la información del universo está contenida en cada parte. Este orden holístico y no local se despliega en lo que percibimos como el "orden explicado", la realidad fragmentada. 

El "holomovimiento" de Bohm, un flujo incesante que contiene todas las formas posibles, puede entenderse como análogo al campo cuántico adimensional que venimos desarrollando: el espacio matriz en el que se colapsan las experiencias. En esta visión, el yo sería una forma particular que emerge del despliegue, mientras que los estados contemplativos o de sueño profundo serían momentos en los que la conciencia retorna al orden implicado, al campo no colapsado.

Nagarjuna y la vacuidad

En la tradición Mahayana, Nagarjuna articuló la idea de "śūnyatā" (vacuidad), entendida no como la nada, sino como la ausencia de existencia inherente y la simultánea interdependencia de todos los fenómenos. Esta visión resuena profundamente con la superposición cuántica: nada tiene existencia fija hasta que entra en relación con un observador.

El colapso de la función de onda puede así interpretarse como una forma de "pratītyasamutpāda" (originación dependiente), y los estados no duales, donde no hay centro, sujeto u objeto, como experiencias directas de la vacuidad.

Francisco Varela y la enacción

Varela, además de desarrollar la autopoiesis, propuso junto a Thompson y Rosch la idea de "enacción", donde el conocimiento y la conciencia surgen de la interacción del organismo con su entorno. 

Este enfoque permite vincular la conciencia como un sistema autopoiético que colapsa su realidad mediante el acto de percibir. Cuando el yo se silencia, como en la contemplación profunda o el sueño, se restablece la dimensión enaccional pura del ser, donde el mundo y la conciencia emergen juntos desde el campo cuántico.

Lao-Tsé y el Tao

En el "Tao Te Ching", Lao-Tsé describe el Tao como la fuente de todo, el vacío fértil que genera y sostiene los diez mil seres sin imponerse. Esta idea es profundamente resonante con la noción de un campo adimensional que, al no colapsar, permite el surgimiento de todas las formas.

El "wu wei" (no acción) se alinea con la idea de permitir la actualización espontánea del campo sin interferencia del yo. Así, el Tao puede verse como la tendencia autoorganizativa suprema, que opera sin esfuerzo, como lo hacen la sintrópía o el "élan vital".

Sri Aurobindo y la conciencia supramental

Aurobindo concebía la evolución como el despliegue progresivo de niveles de conciencia, desde lo material hasta lo divino. Su concepto de "conciencia supramental" puede comprenderse como la integración de todos los niveles del ser en una conciencia que no colapsa de forma dual, sino que contiene simultáneamente unidad y multiplicidad.

Esta visión puede vincularse con la idea de que la autoactualización profunda ocurre en un estado en que el yo no interfiere: la mente se alinea con el campo cuántico no dual, permitiendo una evolución no sólo biológica, sino espiritual.

Baruch Spinoza y la sustancia única

Spinoza propuso que sólo existe una sustancia: Dios o la Naturaleza, y que todo lo que existe es una manifestación de sus atributos infinitos. La conciencia, el pensamiento y la extensión serían modos de esa sustancia.

Esta ontología no dual es compatible con la visión de un campo adimensional, eterno e inmanente que se actualiza en cada colapso. En Spinoza, como en el pensamiento cuántico, no hay separación real entre el sujeto y el objeto, sino una única realidad que se expresa bajo infinitas formas.

Además, su idea de “conatus” —el impulso de cada cosa por perseverar en su ser— puede leerse como una forma temprana de la tendencia actualizante, donde la existencia misma es el despliegue de un impulso interno hacia la autoexpresión y la coherencia ontológica.

Estas referencias enriquecen el marco ya desarrollado, mostrando cómo múltiples tradiciones filosóficas, científicas y contemplativas coinciden en una intuición común: que la conciencia, la vida y el universo son expresiones dinámicas de un principio profundo, no dual y creativo, cuya actualización requiere el equilibrio entre colapso y apertura, entre forma y vacío, entre yo y no-yo.





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